La oralidad suele ser un punto de partida fundamental en la literatura infantil, una experiencia iniciática que introduce a los niños en el mundo de la fantasía y lo literario. Los relatos, a menudo leídos, comentados o narrados de forma imaginativa por los adultos, constituyen la base de esta experiencia.
Dentro de la tradición chilena, podemos rastrear este origen desde La araucana, donde Alonso de Ercilla menciona que los caciques transmitían mitos a los jóvenes como enseñanza. Con la llegada de los jesuitas a Chile, los relatos comenzaron a registrarse por escrito, dando lugar a obras de teatro para niños y jóvenes, muchas veces con un fuerte componente moralizante. Esta intención educativa también se observa en textos más antiguos y de otras tradiciones, como Hayriye, publicado en Turquía a principios del siglo XVIII, o el Orbis Sensualium Pictus, de Johann Amos Comenius, que en el siglo XVII buscaba inculcar sabiduría y conocimientos esenciales a la infancia.
Desde esta perspectiva, los libros infantiles han estado vinculados tradicionalmente a la idea de decoro, estableciendo una relación guiada con el mundo que rodea a los lectores. Sin embargo, en Siete apariciones, de María José Ferrada, con ilustraciones de Renee Hao y publicado por Libros del Escuincle, los autores se alejan de esta raigambre para ofrecer un libro que equilibra la fantasía y lo cotidiano, entrelazando una observación aguda con la imaginación.
El libro nos introduce en un universo donde lo maravilloso convive con lo doméstico: cerdos del tamaño de una almendra vuelan alrededor del florero, en contraste con la imagen del agua que cae de la llave de la cocina. En un ejercicio de metaliteratura, el poema se menciona a sí mismo: “El día sacude su vestido agujereado / la casa bosteza y este poema / vuelve a empezar”.
Libre de condescendencias y moralismos, Siete apariciones resalta la potencia de la calma y la observación como formas de aprendizaje. Aquí, el poema no impone instrucciones; en cambio, a través de las ilustraciones de Hao, que prescinden de figuras humanas y elementos didácticos, objetos y animales se convierten en los verdaderos protagonistas, permitiendo una lectura expansiva y contemplativa. Este enfoque invita a poner en marcha la imaginación, como sugiere el poema: “El canto de un pájaro amarillo / entra por debajo / de la puerta”. La experiencia poética se vuelve casi sinestésica, ofreciendo una percepción sensorial ampliada que enriquece la observación inicial.
Los objetos y sujetos del poema se despliegan como flores: “La mesa / la alfombra / el libro / florecen, como si tuvieran dentro / una primavera:”. Así, introduce a los lectores en el mundo de la metáfora y en juegos literarios de aparente complejidad, pero construidos con oraciones sencillas y accesibles.
El libro también aborda experiencias universales como el miedo a lo desconocido desde una perspectiva subjetiva y cercana. A través del uso de la primera persona, el hablante lírico describe la oscuridad: “Resbalo y caigo / dentro de ese dibujo / del color de la noche”. Luego, agrega: “Pero mis ojos / poco a poco distinguen las formas”, revelando un proceso de descubrimiento que no se limita a la infancia, sino que trasciende edades. Aquí, la infancia no es sinónimo de ingenuidad, sino de revelaciones constantes.
De este modo, el poema se expande y ofrece posibilidades a lectores de todas las edades, apelando a la experiencia colectiva, como plantea Jorge Teillier en Sobre el mundo donde verdaderamente habito: “La infancia es un estado que debemos alcanzar, una recreación de los sentidos para recibir limpiamente la admiración ante las maravillas del mundo”.
Con esta perspectiva, el libro de Ferrada y Hao rescata la esencia de la infancia y reactiva los sentidos. Sus textos amplían el horizonte imaginativo sin necesidad de aleccionar, como lo ilustra la descripción del sueño de un gato: “Se proyecta en la pared / y es un sueño redondo / del tamaño de una burbuja / que contiene / lunas / peces voladores / figuras geométricas”.
Cada una de estas apariciones se convierte en un ejercicio de sensibilidad, una forma de entrenar la mirada y la percepción del mundo, priorizando la contemplación y la imaginación por sobre cualquier otro propósito.